De la vivencia sonora al concepto musical
Todos sabemos que la vivencia musical es directa, simple y abierta a cualquiera que abra sus oídos y su corazón a ella. Nuestra experiencia de la música es real y puede hacernos sentir emociones tan intensas como pocas cosas pueden hacerlo en la vida. Amamos la música y la comprendemos desde el momento que empezamos a captar, aún de forma intuitiva, sus estructuras, pequeños átomos sonoros que se quedan resonando en nuestra cabeza aún cuando la música ya no está presente y que nos animan a expresar con nuestra propia voz o nuestro propio cuerpo aquello que acabamos de vivir. Por eso queremos aprender música, porque queremos profundizar y ensanchar esa conexión innata que nos une a ese caudal inimaginable de belleza y armonía que fluye por nuestras venas.
Pero que gran sorpresa siente la persona que se anima a este viaje cuando en la primera estación, lejos de verse inmerso en cantidades ingentes de música para escuchar, gozar y comprender, se encuentra con una extraña disciplina basada en el desciframiento de unos puntitos negros sobre un papel, explicaciones teóricas que sólo sirven para confundirle e indicaciones técnicas que parecen sacadas de un manual de tortura.
Qué nos ha ocurrido para que aquello que ha sido creado para nuestro goce y disfrute, el gran arte sonoro e interpretativo, se haya convertido en un ejercicio mental, visual y teórico, muy alejado de aquella vivencia musical directa con la que la música nos enamoró. ¿Cómo es posible que los niños que aman la música acaben odiando las clases de música, cómo es posible que concertistas de piano no puedan tocar el “Cumpleños Feliz” sin partitura, cómo es posible que un brillante virtuoso se sienta totalmente bloqueado cuando se le pide que improvise algo?, ¿por qué los niños dibujan lo que ven interiormente y en cambio no se les permite que toquen lo que escuchan internamente, utilizando la maravillosa herramienta de su imaginación? Crear una canción para un niño debería ser una experiencia tan común y cotidiana como lo es hacer un dibujo y tocar en grupo fluyendo en una improvisación libre debería formar parte de las experiencias gozosas de un ser humano, como lo es una conversación íntima o un abrazo amoroso.
¿Por qué hemos llegado a creer que la única manera de aprender música de verdad es descifrando una partitura cuando el resultado de ello es que generamos músicos incapaces de comprender verdaderamente hasta la más simple canción popular?
Hay ya muchos profesores de música que han incorporado la vivencia musical dentro de sus aulas, bien porque sus alumnos son niños pequeños a los que parece todavía imposible enseñarles las notas en el pentagrama o las figuras musicales, o bien porque afortunadamente son directores de un coro y por tanto trabajan directamente con la música viva. Pero tristemente los niños mayores de 6 o 7 años que comienzan con la música o los que quieren aprender a tocar un instrumento les harán creer que sólo a través de descifrar la partitura podrán hacerlo.
Cualquiera puede ver que los niños en las clases de iniciación musical que reciben antes de los 6 años disfrutan la música, se mueven, cantan y se sienten motivados y alegres. También salta a la vista que los niños que cantan en un coro infantil se vuelven más musicales y raramente plantean a sus padres que quieren dejar la actividad.
Vemos que la vivencia musical es alegre, motivadora y además favorece y despierta la musicalidad en los niños, pero algo falta que permita construir sobre esa vivencia una comprensión y que el aprendizaje no sea una mera imitación. Los niños cantan, se mueven pero no saben lo que hacen, no lo comprenden y por tanto no les sirve para tocar el piano, por ejemplo. Cuando sentimos esto es cuando soltamos la alegría, la motivación y la musicalidad y agarramos la partitura, pensando que es ahí donde vamos a encontrar esa comprensión sin darnos cuenta de que ahí no está, porque hemos confundido la notación con la música y la comprensión con la explicación teórica. Efectivamente con la partitura ahora sí podré tocar el piano, pero sin darme cuenta habré renunciado otra vez a la comprensión de lo que hago.
De esta manera hemos creado dos mundos irreconciliables: el primero la vivencia musical, el movimiento, la motivación y el disfrute puramente musical basado en la interpretación a través de la imitación y el segundo la teoría musical, actividad puramente mental, basada en la vista, y centrada en comprender la lógica matemática de la partitura escrita. Entre ambos mundos hay un abismo, hay un eslabón perdido que conecte la vivencia directa con los reinos más complejos del concepto musical, que además posibilite lo que ninguno de los dos mundos tiene: la verdadera comprensión, base del más profundo, duradero y genuino disfrute musical.
El resultado es niños alegres que provienen de las clases de iniciación, a los que les encanta la música y que acaban odiando las clases de lenguaje musical porque sus profesores son incapaces de construir nada sobre las vivencias que ya forman parte de ellos o aún peor, niños que comienzan sin esa etapa y se les considera lo suficientemente mayores para ir “directamente al grano” y obviar lo que de alguna manera se considera irrelevante, sólo propio de niños pequeños, y entran directamente al mundo de la abstracción teórica, sin haber tenido la oportunidad de haber sentido la música en su cuerpo. Las consecuencias de esto son casi irreparables.
La comprensión musical no es dar explicaciones sobre las cosas, no es hablar sobre la música, ni ser capaz de descifrar una a una las notas escritas en una partitura, la comprensión musical es captar la lógica interna de la música, captar las relaciones que cohesionan los sonidos y que les dan un sentido intrínseco y esto lo hacemos en primer lugar de manera intuitiva cuando escuchamos música, como lo hacemos con el lenguaje hablado. La comprensión se encuentra en el mundo de los sonidos y mostramos nuestra comprensión cuando somos capaces de hacer algo no de explicar algo.
Despreciamos, es más, incluso ignoramos las primeras comprensiones que la música nos ofrece al entrar en contacto intenso con ella, porque son intuitivas y no teóricas y no sabemos construir nada sobre ellas. Hay un proceso natural que se despierta en la mente y en el cuerpo cuando escucha música y que se intensifica cuando se escucha con más profundidad y cuando se comienza a explorar y a responder de una manera libre y desinhibida. El cuerpo capta la lógica del ritmo y se coordina con las pulsaciones, el oído interior reconoce las similitudes, las diferencias, absorbe, registra, asimila, compara, relaciona, intuitivamente extrae el centro tonal, las sensaciones sonoras son recogidas y procesadas por nuestro sistema sensitivo y emocional. Cada melodía, cada modo, cada métrica musical transmite su esencia y nos carga de energía expresiva. Todo esto se desata sin que nos demos cuenta, sin que pongamos intención en ello y es tanto, que el profesor lo mejor que puede hacer es no estorbar, sino simplemente favorecer esa escucha atenta y estrecha.
Sobre ese proceso asimilativo y discriminativo que mente y cuerpo en unión (una clase de música sin movimiento sea cual sea la edad del alumno es un auténtico disparate) realizan por sí mismos, debemos extraer los primeros conceptos, la llave de acceso a las etapas posteriores. Y esto no consiste más que sencillamente en poner nombre a las cosas. Lo hacemos constantemente desde que nacemos, poner nombre a los objetos, sin saber que es el comienzo de la mente conceptual. El profesor ayuda a los niños a ir poniendo nombre a los objetos sonoros que ya bullen en su interior: pulsación grande, pulsación pequeña, ritmo doble, ritmo triple, ritmo irregular, mayor, menor, tónica, dominante, etc. Los patrones rítmicos y tonales, pequeños átomos sonoros que guardan la coherencia del todo, formarán el vocabulario básico con el que los niños comenzaran a crear sus primeras “palabras” y frases musicales.
Desde ahí llegamos al punto de mayor concreción conceptual para el músico, el uso de sílabas que le ayuden a captar esa lógica interna de la que hemos hablado. Es importante insistir en que la música es relativa, la frecuencia absoluta de las notas no tiene ninguna importancia y muy raramente pueden ser identificadas en la escucha. Los sistemas de sílabas tanto rítmicas como verbales que se utilizan en la mayoría de los sistemas de enseñanza musical tienen su base en la notación musical y necesitan un apoyo teórico. Para el ritmo y a pesar de las dificultades que los niños muestran en este campo, muchos profesores no utilizan sílaba ninguna que ayuden a los niños a conceptualizar el ritmo, o utilizan recursos muy limitados como el uso de palabras o sistemas que se basan en las figuras musicales y que por tanto necesitan de explicaciones teóricas. Para lo tonal tampoco estamos mucho mejor, el sistema de do inmóvil que utilizamos es un sistema atroz, tan mal pensado que es difícil de comprender como seguimos aferrándonos a él. Es un sistema tan confuso que nos impide ver incluso las relaciones más sencillas entre las notas y sólo se puede sostener si comenzamos con la partitura y la teoría musical previamente.
Como vemos estos son nuestros errores más fragantes:
Despreciar la vivencia e ignorar la comprensión intuitiva que se activa por sí misma y mucho menos ser capaces de potenciarla o construir algo sobre ella.
Utilizamos conceptos musicales basados en la notación musical y no en la música real, con un sistema de solfeo rítmico y tonal inadecuado.
Esbocemos un camino desde la vivencia: se despliegan los aprendizajes intuitivos en el niño que escucha atenta e intensamente música, porque se mueve, porque juega, porque interactúa, porque explora, el profesor guía su atención hacia los elementos sonoros de los cuales puede extraer la comprensión de las relaciones entre los sonidos, la nota de reposo, la relación entre la pulsación y su subdivisión, patrones rítmicos, patrones tonales, se accede a la parte conceptual comenzando a poner nombre a lo que escucha y se utiliza un sistema de sílabas rítmicas y tonales que ayuden a ser consciente de las relaciones y que se basen al 100% en la audición y no en la escritura ni en la teoría musical.
Desde esa comprensión y vivencia globalizada, el niño no solamente no perderá nunca, sea cual sea su edad o su etapa de desarrollo musical, la vivencia directa y real con la música, sino que además irá siendo capaz de desarrollar habilidades cada vez más complejas cómo músico y llegará a poder leer y escribir música con comprensión, es decir, sabiendo cómo suena la partitura sin necesidad de tocarla previamente en el instrumento.
Pero sobre todo y lo más importante podrá tocar música desde su imaginación. La música será para él un lenguaje a través del que expresar sus emociones, sus estados de ánimo, sus ideas y su creatividad. Podrá tocar y acompañar cualquier canción de oído, en cualquier tono que se le plantee, podrá transportar cualquier pieza, podrá tocar piezas de memoria sin miedo porque sabrá improvisar las notas que se le olviden. La música formará parte inseparable de su mundo interno.
Este artículo se basa en la Music Learning Theory de E.Gordon, pedagogo americano que ha realiza la más intensa y detallada investigación, hasta este momento, de cómo aprendemos música.
Marisa Pérez